La barbarie como modelo de gobierno

Fernando Cárdenas Touma
4 min readApr 11, 2024

A lo largo de las décadas, el pueblo ecuatoriano ha sido testigo de la decadencia de su clase política. Atrás quedaron los años en los que los debates e intercambios, aunque acalorados y por supuesto con muchos intereses de por medio, tenían cierta altura intelectual.

Hoy en día, alejados de la luz de las ideas, parece que hemos adaptado la barbarie como modelo de gobierno.

Hace unos días, Jorge Glas fue apresado dentro de la embajada mexicana en Quito a través de un operativo en donde la Policía Nacional del Ecuador no solo lo capturó, sino que sometió al personal de aquella misión diplomática. Pero por sobre todo aquello, violó territorio soberano mexicano. Como si esto no fuera suficiente, lo más escandaloso ha sido la reacción de la clase política y de la ciudadanía en general.

Por un lado, los correístas, las Marías Magdalenas de nuestro tiempo, berreando, protestando y hasta solicitando públicamente que al país se le impongan sanciones económicas por lo sucedido. Luego, el resto de la clase política que, más allá de ciertos berrinches, entrevistas y fotos, han demostrado con su accionar político el respaldo al gobierno nacional. Y, por último, la sociedad civil y ciudadanía en general que, en su gran mayoría, ha alabado y hasta celebrado el accionar de la administración de Noboa. Unos en contra no por convicción, sino por interés político, otros callados y sin decir gran cosa, y la gran mayoría de la ciudadanía celebrando, como si de un palo encebado se tratara la “victoria” del gobierno. “Que se haga justicia”, decían.

Un personaje de la cultura popular guayaquileña diría “harta demencia el gobierno”.

Es entendible el hartazgo e indignación que nos causa la impunidad de personajes nefastos y con sentencia ejecutoriada, como Glas. No obstante, invadir una embajada es igual a invadir al país mismo y… no, no está bien, no es legal y no se puede hacer. Pero más allá de la legalidad o no del accionar, que a estas alturas ha sido explicado hasta el cansancio por grandes juristas nacionales y extranjeros, lo grave es la violación al principio “Pacta sunt servanda” que rige a todos los convenios internacionales suscritos por el Ecuador, y que nos deja sin credibilidad alguna ante la comunidad internacional.

Es preciso señalar que México no debió haber concedido el asilo, sin embargo, nadie más que el propio Estado mexicano puede decidir otorgarlo o no. Es una decisión unilateral que el resto de Estados deben respetar, conforme a los distintos acuerdos y convenios internacionales suscritos por las partes. Nuevamente: “Pacta sunt servanda”, lo pactado obliga. En cristiano, el Estado ecuatoriano (ni ningún otro) tiene la potestad para cuestionar y menos aún coaccionar contra esta decisión.

Si el fin era hacer justicia, ¿por qué no se capturó a Jorge Glas en octubre, noviembre o diciembre, antes de que ingresara a la embajada? El gobierno nacional pudo haberlo apresado a través de algún tortilleo legal o, ya que estamos peleados con el imperio de la ley, por medio del desacato a la orden judicial que lo liberó en primer lugar. Pero no lo hizo. Dejó que el exvicepresidente ingresara a la embajada mexicana. ¿Por qué?

Si algún mérito hay que reconocerle a este gobierno, de entre lo bueno que ha hecho, es manejar los hilos y el timing político, que bien nos podría recordar a los inicios de Rafael Correa. Nada se deja al azar, aunque muchas cosas son improvisadas. Lo cierto es que, hasta el día de hoy, Jorge Glas sigue siendo el caballo de batalla del gobierno nacional que, en principio, lo mantuvo libre para gozar del respaldo que, hasta la semana pasada, tenía en la Asamblea Nacional y que, dicho sea de paso, ha permitido la aprobación de importantes proyectos de ley.

Hoy, sacrifican ese caballo puesto que el beneficio de no tenerlo en el tablero es mucho mayor: consolidar el respaldo popular que hasta ahora ha tenido de cara a la consulta popular.

Así nomás, sin pena ni vergüenza, la clase política juega con el pueblo ecuatoriano, le encanta con lucecitas de colores y sonidos llamativos, mientras usa su dignidad y reputación internacional como moneda de cambio. Y, por lo que hemos visto hasta ahora, le ha funcionado perfectamente. La ciudadanía ha aplaudido irracionalmente la decisión y el respaldo popular de la actual administración se ha consolidado, prueba fehaciente de que, como país, hemos elegido la barbarie, la luz de las ideas ha dejado de brillar en el debate nacional, y nosotros, como siempre, testigos de la decadencia y la locura que nos gobierna.

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